
Sin embargo esta modalidad no pareció tener
demasiado éxito en un principio si nos guiamos por el destino de los 15
primeros supermercados, porque el público en general prefirió continuar fiel a
sus comercios del barrio. Por la década del 40 pocos eran los productos que se vendían
envasados y era costumbre tener la mercadería en cajones de madera con un
frente vidriado para poder elegir la variedad de fideos o legumbres mientras
que con el empleo de una pequeña pala de metal, se sacaba el azúcar contenido
en bolsas de grueso papel y de arpillera, la harina. Luego en una balanza de
dos platos, se colocaba sobre uno de ellos una o varias pesas de bronce con la
cantidad requerida por el cliente, y en el otro, una hoja de papel blanco sobre
la que se descargaba el producto hasta que el fiel se ubicara en el
centro, señal que ambos pesos eran iguales pero, nuestro amigo el almacenero,
siempre agregaba unos gramos más a manera de yapa y así, para la manteca, las
aceitunas, el aceite, las galletitas que venían envasadas en grandes cajas de
metal con un vidrio al frente y otros tantos productos que carecían de envases.
El almacenero y su antecesor el pulpero, fueron los que instituyeron la
primitiva tarjeta de crédito materializada en una libreta de tapas negras que
poseía el cliente, en la cual se anotaba el fiado y que a fin de mes se hacía
efectivo después de cobrar el sueldo.
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